Pasó el tiempo y apareció la Revolución Industrial, los tejidos artísticos vieron reducida su producción ante la invasión de los industriales, más económicos, debido en gran parte a la mecanización de su proceso de fabricación. En esta era, los productores lograron encontrar una forma de hacer que la producción del terciopelo fuera fácil y rápida, lo que provocó que disminuyese el impacto del lujo y lo hiciera alcanzable a las masas. Sin embargo, la asociación con la riqueza y la realeza, anquilosada en la cabeza de la sociedad, y el tejido de terciopelo estampado todavía se vinculaba con el glamour. En otras décadas, como en los años 60 y 70, el terciopelo se asoció con ese ambiente que se extendió durante este tiempo.

En el siglo XVIII se calcula que había 3.500 telares en Valencia, de los cuales, 900 se dedicaban al tejido del terciopelo. En el XIX se produce progresivamente un descenso del telar tradicional manual por el mecánico, algo que en el XX se generaliza.

La revolución industrial agilizó su proceso de fabricación y le restó calidad en muchos casos, por eso es conveniente prestar atención a la hora de  la elección de un terciopelo, los hay de diferentes valores y categorías. No debemos confundir este tejido con otros de mano suave o piel de melocotón. El espesor del hilo, su unión, el tapiz que genera y su tacto son algunas de las características que nos permiten mostrar su calidad.

Esta última característica, sumada a su capacidad de absorber el sonido, es fonoabsorbente y acústicamente confortable, le han permitido ocupar grandes espacios en los telones de los teatros o en las cortinas de los auditorios, además de en el tapizado de sillas y butacas, otro de sus grandes destinos.

Entrado el siglo XIX el terciopelo reemplazó a la pana entre la élite como un tejido más suntuoso. A diferencia del terciopelo, que se teje a base de seda, la pana se fabrica en algodón.